by: Walter Bingham, Sobreviviente del Holocausto
Ya he visto antes todo lo que está sucediendo hoy. Ya he vivido estos tiempos. Y sé adónde conducen.
Nací en 1924 en Karlsruhe, Alemania. De niño, fui testigo del ascenso de Hitler al poder, que comenzó cuando yo tenía unos nueve años. Durante los primeros tres años de escuela, todo transcurrió con normalidad. Jugaba a la pelota con los demás niños en el patio, estudiaba con ellos y me aceptaron sin ninguna dificultad.
Entonces, todo cambió.
Una vez que los nazis llegaron al poder, los cambios se produjeron casi al instante. Adoctrinados en casa por padres nazis y ahora miembros de las Juventudes Hitlerianas (Hitler Jugend), mis compañeros de clase —que antes eran mis amigos— empezaron a acosarme. Cuando se lo conté al profesor, este me ignoró, lo que animó a los acosadores a continuar. Aunque tenía muchas ganas de aprender y levantaba la mano para participar en clase, mis profesores no me volvieron a sacar a la pizarra nunca más. Recuerdo que el chico ario (de Europa del norte, no judío) que compartía pupitre conmigo, me copió en un examen. Cuando llegaron los resultados, él sacó buenas notas, mientras que yo salí muy mal parado. Pronto, ya no se me permitió compartir asiento con un ario y me sentaron al fondo de la clase. Y entonces, las autoridades decidieron que los chicos arios no debían respirar el mismo aire que los judíos, asquerosos y pestilentes, y a los alumnos judíos se les prohibió asistir a la escuela.
Fuera del aula, la vida de los judíos alemanes también empeoró. Se colocaron carteles por todas partes prohibiendo la entrada a tiendas, cines, restaurantes, piscinas, etc., excluyéndonos de la vida pública. Vivíamos nuestra vida judía en casa y en las sinagogas, y evitábamos salir, haciéndolo solo cuando era necesario. Lo que experimentamos fue una lenta estrangulación de la vida judía, muy similar a lo que veo hoy en día en muchas partes del mundo.
Al ignorar el mal nos ponemos en peligro
Cuando Hitler llegó al poder, algunos lo descartaron como un simple fanático pasajero. Argumentaron: «Siempre podemos volver a votar para echarlo». Sin embargo, la democracia no duró.
Una de las primeras acciones de Hitler fue incendiar el Reichstag, el parlamento alemán. Los nazis culparon al comunista holandés Marinus van der Lubbe, advirtiendo que sus acciones formaron parte de una conspiración comunista mayor. La dictadura de Hitler comenzó oficialmente al día siguiente del incendio, cuando promulgó un decreto “para la Protección del Pueblo y del Estado“, que abolió toda protección constitucional de los derechos políticos, personales y de propiedad. Desmanteló la democracia, eliminó los derechos democráticos y allanó el camino para su política de expansión hacia el Este.
Mientras tanto, los judíos se convirtieron en los chivos expiatorios por excelencia. Cada crisis, cada fracaso, cada problema —nos señalaba como culpables—. ¿La Primera Guerra Mundial? Culpa de los judíos. ¿Inflación? Culpa de los judíos. Desempleo, disturbios, lo que sea. Todo se atribuía a los judíos.
La historia se repite
El período posterior al Holocausto brindó al pueblo judío un respiro pasajero del antisemitismo manifiesto. Es casi como si el mundo hubiera desarrollado una conciencia temporal tras presenciar las atrocidades cometidas durante el Holocausto. Sin embargo, el antisemitismo no ha desaparecido. Siempre ha estado ahí; latente bajo la superficie; listo para estallar a la menor excusa.
La guerra contra Hamás en Gaza y contra Jizbolá en el Líbano ha resultado ser precisamente eso: una excusa para que ese antiguo odio renaciera con toda su fuerza.
Hoy en día, el odio tiene otro nombre. Nadie quiere admitir el antisemitismo. En cambio, afirman estar en contra del sionismo. Pero el sionismo no es más que la creencia de que Israel es el hogar del pueblo judío y que tenemos derecho a la autodeterminación en nuestra antigua patria. Eso convierte al anti sionismo en una simple excusa; una nueva forma moderna de ser antisemita.
Independientemente del nombre que elijan, lo que ocurre hoy en las calles de Europa y del resto del mundo es exactamente igual a los sucesos ocurridos en la Alemania nazi en el período previo al Holocausto. Matones acechando a los judíos y agrediéndoles en las calles de Ámsterdam. Judíos en París y Londres que ocultan su identidad judía por miedo a ser acosados. Sinagogas en Montreal y Melbourne atacadas y prácticamente arrasadas. Personal sanitario que se jacta de asesinar a pacientes judíos. Manifestaciones y concentraciones exigiendo nuestra aniquilación. Incidentes y ataques antisemitas en cifras récord.
Y una vez más, los judíos son los chivos expiatorios, y se nos culpa de nuestra propia persecución.
Ya he visto todo esto antes, y si no se controla, sé lo que pasará después, y cómo será el paso siguiente.
No todo está perdido
Hay una diferencia entre la actualidad y la Alemania nazi de la década de 1930: tenemos el Estado de Israel. Dado que el pueblo judío tiene una patria propia con una sólida fuerza defensiva, no habrá una solución definitiva ni otro Holocausto.
Como sobreviviente del Holocausto, este hecho me produce una enorme sensación de seguridad. Tras huir de Alemania, viví en Inglaterra durante más de 60 años. Pero aquí, ahora, en Jerusalén, por fin —por fin— siento que he vuelto a casa.
Aquí es donde pertenecemos. Como cristianos, ustedes comprenden la profunda conexión del pueblo judío con la Tierra de Israel. Y quizás si los alborotadores y manifestantes que corean “Del río al mar”, sin tener ni idea de dónde se encuentra ese río o mar, investigaran un poco y se informaran sobre esta región y su gente, llegarían a la misma conclusión.
A ustedes, como cristianos, quiero darles las gracias. Su firme apoyo durante estos momentos significa muchísimo para nosotros.
Walter Bingham es un sobreviviente del Holocausto, veterano de la Segunda Guerra Mundial, condecorado con la Legión de Honor, poseedor de dos distinciones del Libro Guinness de los Récords: una como el periodista en activo de mayor edad y otra como el presentador de radio en activo de mayor edad, y amigo de Puentes para la Paz. A sus 101 años, continúa escribiendo para el Jerusalem Report y presenta su propio programa de radio, Walter’s World.
Publicado en abril 7, 2025
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